Por Raul Injoque, Socio Fundador EGAFARMS
El sur del Perú siempre ha sido una tierra de esfuerzos silenciosos. Tacna y Puno comparten más que límites geográficos: comparten historia, identidad, movimiento poblacional y una relación cultural profundamente marcada por las comunidades andinas que habitan este territorio desde generaciones. Entre ellas destacan miles de familias Aymaras que, a lo largo de los años, han construido emprendimientos agrícolas, cooperativas, pequeñas empresas y espacios de vida en ambos lados de esta frontera interior. Sin embargo, toda esta vocación productiva ha tenido que desarrollarse enfrentando una limitación que condiciona cada decisión, cada inversión y cada proyecto familiar: la escasez de agua.
Mientras Tacna y parte de Puno enfrentan un estrés hídrico creciente, millones de metros cúbicos de agua provenientes del Lago Titicaca fluyen por el Río Desaguadero hacia territorio boliviano y terminan perdiéndose por evaporación. En un contexto de cambio climático, sobreexplotación de acuíferos y presión agrícola, esta paradoja se ha vuelto más evidente que nunca. Por eso vuelve a tomar relevancia una idea que ha acompañado a Tacna durante más de dos décadas: el Trasvase del Río Desaguadero hacia la costa del Perú.
Esta visión fue impulsada formalmente a inicios de los años 2000 durante la gestión del presidente regional de Tacna, el Ing. Julio Alva Centurión, quien comprendió que asegurar agua para Tacna no solo era necesario para su población urbana, sino también para la agricultura y para la expansión económica del extremo sur. Aunque el proyecto no recibió entonces el respaldo político necesario, hoy las condiciones han cambiado. La demanda hídrica es mayor, la frontera agrícola se ha expandido, la agroexportación se ha consolidado y la evidencia muestra que, cuando las familias del sur tienen agua y acceso a oportunidades, el impacto económico y social es inmediato.
La experiencia reciente de proyectos como EGAFARMS ilustra de manera tangible lo que ocurre cuando la agricultura familiar tiene acceso a tecnología, acompañamiento y mercado. En los últimos años, decenas de productores —tacneños de origen diverso y familias Aymaras que han migrado desde Tarata, Ilabaya, Yunguyo, Desaguadero y localidades rurales de Puno— han pasado de cultivar productos de subsistencia a integrarse en cadenas de exportación de alto valor. Con granada, palta, cítricos y otros cultivos, han podido transformar el ingreso familiar, profesionalizar su actividad, asociarse y construir negocios que no solo generan empleo, sino que fortalecen el tejido social de la región. Todo esto se ha logrado con una disponibilidad de agua limitada y dependiente casi exclusivamente de acuíferos profundamente estresados.
Lo que el trasvase permitiría es precisamente multiplicar este tipo de historias. Tacna tiene una ventaja logística excepcional con la ZOFRATACNA y el puerto de Arica a menos de una hora, lo que brinda competitividad para enviar fruta fresca a mercados exigentes como Estados Unidos, Europa y China. Pero la logística por sí sola no basta. La agricultura moderna requiere estabilidad hídrica, no solo para sembrar más hectáreas, sino para asegurar la calidad de la fruta, reducir los costos de bombeo y dar confianza a productores y empresas que desean invertir a largo plazo.
Las familias puneñas, que han construido vida y empresa entre Tacna y Puno, serían protagonistas directas de esta transformación. No porque se busque un enfoque étnico o identitario, sino porque forman parte esencial del tejido productivo del sur. Ellas han demostrado una enorme capacidad de trabajo y adaptación, pasando de cultivos tradicionales a modelos empresariales vinculados a la agroexportación. Su participación ha sido clave en el crecimiento de la granada peruana, que hoy llega a mercados globales y se posiciona como un producto de gran calidad. Si con agua limitada estas familias han logrado integrarse al mercado internacional, el potencial con una solución hídrica estructural es inmensamente mayor.
El trasvase también tendría un impacto positivo para Puno, pues muchas de estas familias mantienen vínculos activos con ambos territorios, enviando remesas internas, sosteniendo redes comunitarias y articulando producción agrícola en zonas transfronterizas. Mejorar la disponibilidad de agua en el sur no genera un beneficio aislado; crea un corredor económico que une a dos regiones históricamente complementarias. Tacna no solo recibe migración puneña: recibe talento, conocimiento agrícola, mano de obra calificada y una tradición de cultivo que se adapta bien a los frutales de alto valor. Un trasvase no divide; integra.
Volver a evaluar técnica y financieramente este proyecto no implica mirar al pasado, sino proyectar un futuro distinto. Hoy contamos con mejores tecnologías para minimizar impacto ambiental, con una matriz energética que puede apoyarse en fuentes renovables, con una agroindustria instalada y con mercados internacionales abiertos a productos del sur del Perú. Además, la experiencia de campo demuestra que cuando la agricultura familiar recibe apoyo técnico, acompañamiento gerencial y acceso a certificaciones, los resultados son sostenibles, inclusivos y multiplicadores.
El sur del país tiene una identidad productiva fuerte, una frontera viva que necesita agua para convertirse en un eje económico sólido. El Trasvase del Río Desaguadero no debe verse solo como una obra de ingeniería, sino como un proyecto humano que permitiría a miles de familias —tacneñas, puneñas y Aymaras— construir un futuro próspero en su propia tierra.
El sur del Perú ya ha demostrado su potencial. Ahora necesita el recurso fundamental que puede liberar ese futuro: el agua.





