Por Raúl Injoque, Socio Fundador EGAFARMS
En el extremo sur del Perú, donde el desierto se abre paso entre quebradas y valles fértiles, existe una oportunidad que, por primera vez en décadas, permite pensar en un nuevo modelo de desarrollo para la agricultura familiar. Una oportunidad que no nace de la improvisación ni de la retórica, sino de la articulación inteligente entre el Estado, los productores y la agroindustria. En ese punto de encuentro se encuentra Agromercado, y en ese punto de salida —literalmente a unos minutos de la frontera— se levanta la planta de EGAFARMS en Tacna.
A simple vista, podría parecer solo otra instalación de procesamiento agroindustrial. Pero en realidad representa mucho más. Es un eslabón decisivo para transformar la relación histórica entre Perú y Chile en materia de abastecimiento agrícola y convertirla en un ejemplo de frontera viva, donde el intercambio no se limita a mercancías, sino que genera empleo, inclusión y arraigo en territorios que durante años han sido vistos como márgenes geográficos más que como centros de oportunidad.

Durante el último Congreso Latinoamericano de la Palta, Agromercado mostró con absoluta claridad cómo la agricultura familiar puede integrarse con éxito a cadenas internacionales. A lo largo de los últimos años, el Estado ha logrado algo que antes parecía difícil: organizar asociaciones, fortalecerlas técnicamente, conectarlas con compradores reales y acompañarlas en el camino de la certificación. Vimos ejemplos desde Ayacucho hasta Ancash, desde Ica hasta Cusco, donde pequeños agricultores que antes solo abastecían mercados locales hoy alcanzan estándares GLOBALG.A.P. o participan en ruedas de negocio que antes eran inalcanzables.
No se trata únicamente de mejorar la productividad; se trata de devolverle al productor su lugar dentro de la economía exportadora del país.
Y aquí entra Chile. Un país cuyo consumo de palta es enorme, cuya producción local no siempre logra cubrir la demanda y que depende del Perú en los meses de contraestación. Esa ventana comercial ha sido, históricamente, aprovechada por medianas y grandes agroexportadoras del norte peruano. Sin embargo, el sur del país, especialmente Tacna y Moquegua, ha estado subrepresentado. A pesar de tener clima, cercanía geográfica y fruta de calidad, no contaban con una infraestructura que les permitiera procesar y exportar directamente.
La planta de EGAFARMS en ZOFRATACNA rompe esa lógica. Permite, por primera vez, que asociaciones de Apurímac, Ayacucho, Huancavelica, Arequipa, Moquegua y la propia Tacna puedan enviar su fruta a un centro de acopio y procesamiento que está, literalmente, en la puerta del mercado chileno. Y no solo eso: al operar en zona franca, se reducen costos, se mejora la competitividad y se fortalecen las condiciones para hacer de Tacna un nodo logístico que reactive su economía y revitalice su rol en el comercio internacional.

Cuando uno recorre las carreteras del sur, entiende que las fronteras no deberían ser líneas que separan, sino espacios donde se encuentran culturas, productos y oportunidades. Una frontera viva es aquella que late económicamente, donde los valles se articulan con la industria, donde los pequeños productores no viven de espaldas al comercio exterior, sino que se incorporan a él como actores legítimos, formales y competitivos. Eso es lo que permite la Operación Conjunta que promueve Agromercado: exportaciones sin barreras contables, recuperación del IGV, acceso al Drawback y, sobre todo, un mecanismo de retorno económico que pone al productor en el centro del beneficio.
Sin embargo, cuando uno profundiza en la cadena, encuentra aún un eslabón débil que necesita atención urgente: la supervisión y consultoría agronómica continua para los pequeños productores. La calidad final de la palta, su tiempo de cosecha, su vida poscosecha y su rendimiento en planta dependen de decisiones técnicas que no siempre están claras en el campo. Sin un acompañamiento directo que oriente las prácticas culturales, establezca calendarios de cosecha, mejore los ratios de productividad y asegure una madurez óptima al momento de ingreso a la planta, la brecha entre potencial y realidad seguirá siendo amplia. La pregunta de fondo es quién debe asumir esta responsabilidad. Lo lógico sería que recaiga en las propias asociaciones, fortalecidas y profesionalizadas, para garantizar que el conocimiento y la disciplina técnica se queden en el territorio y no dependan eternamente de terceros. Pero es un debate necesario, que debe darse ahora, antes de que el crecimiento de la frontera viva del sur supere la capacidad técnica de sus propios productores.
La articulación con EGAFARMS completa el círculo. La palta Hass del pequeño productor ya no termina en intermediarios locales con márgenes estrechos. Termina en un empaque formal, certificado, trazable y competitivo; cruza la frontera en cuestión de horas; llega fresca a distribuidores y supermercados chilenos; y regresa convertida en ingresos dignos para familias que han trabajado estos cultivos durante generaciones.
Y es en ese punto, cuando toda la cadena empieza a funcionar de manera coordinada, que el territorio entra en una fase real de dinamización. La logística se mueve con mayor predictibilidad, los centros de acopio operan con flujo constante, las plantas procesadoras incrementan turnos y los productores comienzan a proyectar ingresos más estables. En ese escenario, la frontera deja de ser un límite administrativo y se convierte en un espacio económico activo, donde el comercio transfronterizo genera empleo, inversión y servicios a su alrededor. Eso es lo que llamamos una frontera viva: un territorio donde la articulación productiva se traduce en crecimiento medible, formalización sostenida y vínculos comerciales sólidos entre Perú y Chile.

Cuando hablamos de fronteras vivas, hablamos precisamente de esto: del impacto real sobre territorios que suelen quedar fuera del mapa. Hablamos de jóvenes que ya no tienen que migrar porque pueden trabajar como técnicos de campo, clasificadores o supervisores de calidad. Hablamos de asociaciones que dejan de vender a coyotes y empiezan a emitir facturas que les permiten acceder a crédito. Hablamos de regiones como Tacna que dejan de mirar hacia Lima y comienzan a mirar hacia el mundo.
El sur del Perú tiene todo para convertirse en la nueva plataforma de abastecimiento de palta para Chile: productividad creciente, productores organizados, apoyo técnico del Estado, una planta agroindustrial estratégica y un mercado vecino con demanda sólida. Lo que faltaba era cerrar el circuito. Hoy ese circuito está cerrado.
El desafío ahora es sostener este impulso. Pero, por primera vez, el sur tiene los elementos para hacerlo: inteligencia comercial, infraestructura industrial, pequeños productores fortalecidos y un mercado que valora lo que la agricultura familiar peruana puede ofrecer. La palta Hass ya no es solo un producto de exportación. En el sur del Perú, se está convirtiendo en un vehículo de integración, formalización y desarrollo. Una verdadera frontera viva que recién comienza a despertar.





